NICOTMORENO
Despertó. Lo primero que percibió fue una sensación intensa de calor y humedad. Sentía la ropa adhiriéndose a la piel como si acabase de llover. Luego, la confusión.
–“¿Dónde estoy? ¿Por qué he despertado aquí? – se preguntó.”
Una infinidad de sonidos se mezclaban, eran imposibles de distinguir. El sol, a su vez, se filtraba tenue entre las hojas de los árboles circundantes, y una bruma perpetua rodeaba el paisaje.
De repente, escuchó un sonido familiar e inconfundible. Era el sonido de las hojas secas quebrantándose bajo los pasos. Con dificultad, pudo distinguir una figura borrosa que se aproximaba.
La silueta era humana, cubierta por un hábito oscuro, como aquellos que suelen vestir los monjes franciscanos. Su cabeza estaba cubierta por la capucha del hábito y solo se podía apreciar la sombra del rostro. La figura, sin mencionar palabra alguna, le señaló para que lo siguiera. Entre la confusión decidió obedecerle. Con dificultad se erigió, estaba débil. Siguió a la silueta humana, que no hablaba, durante al menos una hora. La caminata no pudo haber sido más fatigante, aunque notaba que el clima se tornaba más fresco, estaba atardeciendo. Eventualmente llegaron a un pequeño cobertizo. La silueta abrió una puerta y le señaló hacia un montón de paja organizada en una esquina. Entendió perfectamente, se acercó al arrume y desvaneció sobre éste al instante.
Entre dormido y despierto escucho oraciones y cantos. Cuando abrió los ojos observó el primer rayo de sol, pero estaba tan exhausto que volvió quedarse dormido. Había perdido la noción del tiempo por completo. Entre dormido y despierto escuchó una voz que le decía:
-“Hermano despierta, debes comer algo”.
Al abrir los ojos encontró frente a él un hombre aproximadamente de cincuenta años que vestía el mismo hábito que ya había visto. Concluyó entonces que se trataba de un fraile. El hombre lo ayudó a sentarse para que pudiera comer. Luego llamó a otro más joven que lo ayudó a trasladarse a una habitación. Lo bañaron y lo cuidaron hasta su recuperación, varios días. Aún no recuperaba su memoria, pero se sentía afortunado, ya que estos hermanos, sin conocerlo, lo trataban con la devoción y humildad como si se tratase de alguien familiar.